domingo, 25 de noviembre de 2007

cáscaras


Un paraguas, al fin y al cabo,
es sólo un semicírculo,
una esfera imperfecta,
un frágil globo incompleto al que,
sin embargo,
nos aferramos para que nos proteja y aísle.
Una cáscara de nuez
bajo la que reprimimos nuestro estallido al mundo,
una débil burbuja en la que nos encerramos
para reunir el valor suficiente
que nos anime a estrellarnos contra las calles
y mezclarnos con otras cáscaras de nuez.
Arropados por el paraguas
nos atrevemos a errar bajo la lluvia,
aferrados a un mástil que nos reconforta
y encadena en rutinas
a partes iguales.
Vagamos semiocultos bajo cáscaras de nuez
que sólo permitimos llenar con nuestro propio aliento
para sentirnos seguros,
para no volar,
para no perdernos
al fundirnos
con otras esferas imperfectas.
Preferimos estallarlas
y evitar que escapen
de nuestros semicírculos de rutina,
que forramos de colores imposibles
para maquillar su gris natural.

Cáscaras de nuez contra la lluvia,
para combatir el terror que nos provoca el Otro,
para abrigarnos del frío,
para no ser tragados,
para no mirar más allá de nuestros propios pasos.
Cáscaras de nuez para no compartirnos,
para eludir el Nosotros.
Nos escondemos bajo burbujas para salvarnos
y acabamos devorados por ellas.
Cáscaras de nuez
que disfrazan las soledades
que nos transforman en seres tristes.
El frío cala más si uno está solo.
Si nadie se atreve a romper nuestra cáscara de nuez.
Si no estallamos contra el mundo.
Si no nos reivindicamos
para salvarnos de nosotros mismos.

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